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¿Hacia dónde se dirige la interacción hombre-máquina? (II)




El primer problema que quiero presentar es el siguiente
Dada la evolución tecnológica y las grandes prestaciones informativas que actualmente acompañan a los sistemas de control, los operadores humanos se ven obligados a manejar cantidades ingentes de datos, soportados en interfaces que cuesta aprender y operar, ya que ofrecen múltiples posibilidades funcionales. ¿Hacia dónde se dirigen los IHM en materia de “cantidad” de información presentada?  Existe una creencia muy extendida en la industria, por la que la abundancia de información sería un valor del IHM, ya que facilitaría el diagnóstico de los problemas y ofrecería múltiples vías para resolverlo, permitiría al operador encontrar su propio camino para interactuar con el sistema, etc.. Sin embargo, las cosas no son así, al menos para nosotros los ergónomos. 


Primera tendencia: la simplicidad. 

La simplicidad de un interfaz es una tendencia que comienza a generalizarse en los dispositivos que acompañan nuestra vida cotidiana, del mismo modo que en tiempos pasados el mundo del diseño y la arquitectura adoptó el slogan more is less.

Los teléfonos son un ejemplo tan válido como los aparatos de TV o sus dispositivos de registro (¿quién no recuerda la aventura de programar un video analógico VHS?). Los sistemas operativos de la informática de consumo y sus principales aplicaciones se orientan hacia la simplicidad. ¿Se trata de un moda? No lo creo, es una tendencia que viene para quedarse, como así lo certifican todos los especialistas, los organismos de normalización (ver ISO 9241 y el abordaje que hace de la utilizabilidad) o las asociaciones industriales que persiguen construir estándares eficientes y seguros de interacción, como la ASM (Abnormal Situation Management).

La tendencia a simplificar, a reforzar la homogeneidad de la información presentada y la manera de acceder a ella es coherente con la forma que tiene el ser humano de tratar al información: cuando el operador tiene ante sí mucha información tiende a jerarquizarla, a buscar atajos, a relegar aquella que no le resulta inmediatamente útil. La mayor parte de la gente busca y valora (y por tanto compra) dispositivos que se aprendan con facilidad, que no pidan que se memoricen muchos datos o que exijan leer un gran manual, que no obliguen a hacer muchas cosas para alcanzar un objetivo frecuente o crítico. Como la mayoría de los dispositivos no suelen ofrecer esto, sino más bien todo lo contrario, los usuarios (y los operadores de los sistemas industriales de control) tienden a infrautilizarlos.

Además, están las limitaciones neurofisiológicas de nuestra visión para apoyar el argumento de la simplicidad: por ejemplo, se sabe que el campo visual operativo "sólo" barre simultáneamente unos 15º, a través de la área central y lo hace filtrando información, no escaneándola. Por consiguiente, en el mundo industrial se equivocan los que ofrecen interfaces gráficas muy abigarradas y no jerarquizadas, por muy grandes que sean las pantallas (no pocos confunden la dimensión de la superficie de presentación de la información con un supuesto aumento de la capacidad para explorar los datos que contienen). Dicho sea de paso, soy especialmente reacio a esas interfaces que, por horror vacui, incluyen opciones decorativas (¿es necesario incluir las tuercas de una válvula en su representación gráfica?), tampoco iconos o colores que no tienen ningún significado operativo. 

¿Quiere esto decir que no deben existir interfaces complejos? No, simplemente que un sistema complejo puede disponer de un interfaz complejo pero que, necesariamente busque la simplicidad, prescinda de lo accesorio, esconda en segundo plano lo que no requiere una atención inmediata. Puede parecer una perogrullada, pero es necesario concebir el IHM para quien tiene que operarlo...

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